Mis pequeñines

lunes, 5 de noviembre de 2012

Prado.

Levántate a las siete de la mañana, desayuna, vístete, coge tu mochila y sal a la calle con un frío que te deja la circulación helada. Ponte tus cascos con la música a todo volumen , que esa canción que suena de tu reproducción aleatoria te anime y marchas camino al instituto. Llegas a tu clase y ves a tus compañeros, algunos pidiéndote ayuda y tú acudes a ellos con una sonrisa en la cara. Terminas las clases y vas camino a casa, pensando en si hoy te quedarás aburrida, ausente y mirando por la ventana de tu cuarto, apagándote poco a poco, o salir a la calle con tus amigos a intentarte relajar y divertirte un rato. Sigues dándole vueltas a la situación cuando, al abrir la puerta, ves a esa persona especial para tí, esperando en mitad del salón, sólo para tí, con la sonrisa que le caracteriza colgando en su carita. Tus padres te dejan marchar con él/ella y bajáis al portal, donde divisas una moto preciosa que raramente pasarías por alto enfrente de tu puerta. Te tiende un casco, donde tiene tu nombre grabado. Se te ilumina la cara, montáis en la moto y os vais lejos. Lejos de problemas, de ataduras, de malos pensamientos, de depresiones y demás cosas que te asfixian en tu día a día. Paráis en un prado alejado de la civilizació, donde se encuentran a los límites del prado robles y demás árboles frondosos. Divisas enmedio de aquel espectacular paraíso un mantel con una cesta y encima de ésta, una carta para tí. Te dice que le leas, donde pone que eres lo mejor de su vida, que no le gusta verte triste y que siempre va a estar a tu lado, a pesar de cualquier circunstancia, siendo tu bastón de apoyo en los momentos más difíciles de tu camino. Terminas de leerlo, parpadeando para que unas lágrimas no broten de tus ojos, y él/ella te dice: "Te quiero", fundiéndoos al instante en un largo, intenso y delicado beso.





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